Celia Sánchez Manduley: entre las mariposas y el fusil
Abstract
El nombre de Celia Sánchez Manduley aparece una y otra vez en escritos, documentales, canciones. Se escribe en placas de homenaje en el Centro de Convenciones, se alude a ella en una curiosa inscripción de la Heladería Copelia. En la mayoría de los casos las referencias la vinculan, de modo cuidadoso pero determinante, a Fidel Castro. Las biografías tienden a la hagiografía, más precisamente, se acercan a las vidas ejemplares. Los valores asociados a Celia “la flor más autóctona” aluden a la revolución, la valentía, la caridad, el sacrificio y la devoción total. Entre las más interesantes están la de Raúl Álvarez Tabio y la de Nancy Stout. Además, resulta llamativa la repetición de imágenes que se convierten en películas y documentales de la televisión cubana. Celia aparece como una figura de una sola pieza que no encuentra contradicción alguna entre el fusil y la flor. Una de las definiciones resulta cristalizadora de la versión oficial de la heroína, a la que se considera mártir y víctima del cáncer; madre adoptiva (junto con Fidel); amante casi casta (hay muy pocas especificaciones sobre la relación entre los cuerpos). El cuerpo de Celia campea en un gran número de fotografías, la mayor parte de los casos cubierto con el uniforme; la sexualidad marcada sólo por una flor. Un cuerpo que, como el de Eva Perón, devasta la enfermedad y cuyos restos se convierten en objeto de adoración. Entre el mito y la historia se introduce una dimensión política, instando a reflexionar sobre los usos del museo y el archivo, archivos que ella misma armó. En toda esta operación Celia deja de ser Celia y se transforma en el mito de la “mujer nueva” que el castrismo necesita.
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