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Reconstrucción del yo, memoria colectiva
y violencia en Su paso, de Carlos Bischoff
Reconstruction of the self, collective memory and
violence in His step, by Carlos Bischoff
A
YLEN
P
ÉREZ
H
ERNÁNDEZ
(Chile)
Universidad de Concepción
aylenperezh@gmail.com
Recibido: 29/03/2020
Aceptado: 04/06/2020
Resumen. El artículo propone, en base a determinados fundamentos teóri-
cos, un acercamiento a la obra del periodista argentino Carlos Bischoff, Su
paso, ganadora del prestigioso Premio Literario Casa de las Américas en la
modalidad Testimonio. A partir de los presupuestos relacionados con el tes-
timonio literario, la violencia y la verdad, se intenta la deconstrucción del texto
en cuestión a partir de ciertas teorías humanistas. Dichos fundamentos teó-
ricos se ponen en función del análisis formal y estructural de Su paso con el
propósito de comprender varias cuestiones relacionadas, fundamentalmen-
te, con la reconstrucción del yo luego de un contexto de extrema violencia; así
como con la problemática de la verdad en dicha tarea escritural. Al final del
artículo se presenta una entrevista realizada por la autora al escritor de la
obra testimonial aludida, Carlos Bischoff.
Palabras clave: testimonio latinoamericano - verdad - memoria colectiva -
violencia - dictadura argentina - Carlos Bischoff
Abstract: The article proposes, based on certain theoretical foundations, an
approach to the work of the Argentine journalist Carlos Bischoff, His step,
winner of the prestigious Casa de las Américas Literary Prize in the category
of Testimony. Alluding essentially to the assumptions related to literary
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testimony, violence and truth, the deconstruction of the text in question is
attempted based on certain humanist theories. These theoretical foundations
are put in function of the formal and structural analysis of His step with the
purpose of understanding several issues related, fundamentally, with the
reconstruction of the self after a context of extreme violence; as well as with the
problematic of the truth in said scriptural task. At the end of the article, is
presented an interview by the author to the writer of the aforementioned
testimonial, Carlos Bischoff.
Keywords: Latin American testimony - truth - collective memory - violence
- Argentine dictatorship - Carlos Bischoff
“Ese es el problema de la gente reservada como yo: a la hora de hacer
confidencias, se da cuenta de que escribiendo es más fácil. Y eso sucede
porque en la escritura uno está como escondido, no muestra la cara, y le
puede dar forma a las ideas y a los recuerdos como mejor le parezca”.
María Elena Walsh
En 1970 el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh visita Cuba a raíz de
su participación en el primer jurado de Testimonio que, junto a Ricardo Pozas y
Raúl Roa, se había conformado tras la inclusión del género como categoría en el
Premio Literario Casa de las Américas. Víctor Casaus, quien fuera ese año Primera
Mención del concurso, comparte la siguiente anécdota en su Defensa del Testimonio:
Contaba Rodolfo cómo la prensa cultural especializada de derecha en la
Argentina recibió con beneplácito la publicación de un libro de cuentos suyo:
le dispensó los honores de los espacios en las revistas y decretó así su admisión
en el gremio. Pero cuando comenzó a publicar en la prensa de izquierda su
extraordinario testimonio Operación Masacre –donde denunciaba por sus nom-
bres a los asesinos–, esa “crítica especializada” resumió así su nuevo criterio
sobre aquel autor que había perdido de repente toda la inocencia original:
Rodolfo Walsh: 5 en literatura, 0 en política (2010: 50).
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Evidentemente, las reacciones tras el conocimiento público de Operación Ma-
sacre (1957) demostraban la “utilidad, funcionalidad, eficacia y actualidad” (Casaus,
2010: 50) de aquella investigación considerada posteriormente por varios críticos
literarios como una de las precursoras del género testimonial en el continente. No
era casual que a Rodolfo Walsh se le fuera “arrugando día a día en un bolsillo” tal
historia luego de pasearla por Buenos Aires sin interesarle a nadie su publicación;
ni que al día siguiente de haber enviado aquella Carta abierta de un escritor a la Junta
Militar fuera desaparecido y asesinado quien enfrentó con entereza su destino “sin
esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compro-
miso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”
(Walsh, 1977: 20).
El terreno del discurso testimonial ha sido igualmente campo de batalla de
numerosos teóricos y escritores. Desde la “institucionalización” del género a ini-
cios de los años 70, la crítica especializada se hizo eco, con mayor énfasis, de un
viejo conflicto que ha persistido hasta la actualidad y al cual se han ido uniendo,
paulatinamente, intelectuales del campo de la comunicación, la antropología, la
sociología y las ciencias políticas.
La problemática de los valores estéticos en un texto de carácter testimonial, el
dilema de la accesibilidad del Otro a contar su vivencia, la pertinencia o no de que
el “letrado” reelabore el discurso del testimoniante, la compleja relación oralidad
vs. escritura, así como la concepción de la “verdad” en dichas obras, constituyen
solo algunos de los conflictos a los que se ha visto sometido el testimonio literario
latinoamericano.
Es por ello que, a pesar de constituir una de las ramas literarias latinoamerica-
nas con mayores potencialidades y perspectivas debido tanto a su poder social como
creador, la valoración que se le ha dado al género en el campo literario ha sido –y
quizás es aún– insuficiente y epidérmica. Esto ha traído consigo que se deje fuera
de una definición formal a este “nuevo” modo de expresión que ha sido considera-
do, torpemente, como un género “menor” frente a los clásicos, díganse el cuento,
la novela, la poesía e incluso, más contemporáneamente, la novela histórica.
Debido también a la condición político-social de denuncia con la cual se imbrica
inevitablemente el surgimiento del testimonio en América Latina, las disputas en-
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tre los intelectuales sobre los vínculos del género con la sociedad-arte-realidad no
se hicieron esperar. Por una parte, la propia naturaleza de servicio social que carac-
teriza al testimonio lo hace pensar solo con ese fin para el cual se privilegia el
contenido por encima de la forma. Mientras que, por otra parte, están las percep-
ciones que defienden su condición estética al ver en el arte de la palabra un reflejo
también de la realidad social.
Por ejemplo, Anna Forné, señala que, si bien los contenidos testimoniales sue-
len responder a una urgencia contextual espefica asociada a las luchas
sociopolíticas, por otra parte, tanto los repertorios narrativos como las tramas
interpretativas del nero se organizan según una serie de criterios poéticos residuales
más difusos. “La denuncia social y política es por lo tanto el elemento constitutivo
del género, por lo cual la forma termina supeditada al contenido” (né, 2014: 219).
Casaus comparte algunas de las consideraciones de Foral apuntar que el
testimonio “incide, por su inmediatez y por la conciencia de su funcionalidad, de
manera más frecuente y consciente en la realidad de la que parte” (2010: 59). De
esta manera, la inmediatez y el afán de comunicación constituyen para Casaus dos
elementos característicos del testimonio. No obstante, el autor no deja de lado lo
relacionado con las cuestiones estéticas de este “género literario acentuadamente
contemporáneo” que también es capaz de ofrecer al mismo tiempo la satisfacción
estética de su lectura.
El investigador uruguayo Hugo Achugar también considera que el testimonio
no implica ausencia de literatura; sino que es literatura pues circula como si fuera litera-
tura:
1
Además, esta no se identifica con lo ficcional, sino más bien con una elabo-
ración ideológico-formal que en la mayoría de los testimonios ha estado me-
diada por una formalización precisa que varía y que puede ir desde el efecto de
oralidad/verdad hasta llegar a recursos y estructuraciones propias de la narra-
tiva de ficción más sofisticada (1992: 78).
1
El énfasis es mío.
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Asumiendo una postura totalmente diferente, el escritor boliviano Renato Prada
Oropeza señala como una de las características del discurso-testimonio:
La ausencia del empleo o, mejor dicho, de la manipulación de mecanismos
literarios, más o menos refinados, propios de otros discursos o de mecanismos
propios de otros sistemas comunicativos. Los mismos registros del habla si se
presentan, es solo como parte del hecho narrado, es decir en función docu-
mental; esto confiere al discurso-testimonio una ausencia de pretensión estéti-
ca: entre la verdad y la belleza, este discurso elige la primera (1986: 13).
El crítico literario John Beverley (2002) apunta que muchas veces el testimonio
aparece como una forma extraliteraria o antiliteraria y que esta noción es, paradóji-
camente, la base de su efecto estético. No obstante, aclara que, si bien el género ha
sido situado al margen de lo que se considera literatura, es evidente al mismo tiem-
po que constituye un nuevo género literario post-novelesco.
Ante tanta polémica, vale retomar algunas de las interrogantes sugeridas por la
investigadora Paula Simón en su ensayo El Testimonio, un Texto en Busca de Defini-
ción…:
¿Cómo debería valorarse un testimonio desde el punto de vista de la elabo-
ración artística para decidir su inclusión o no en el mundo literario? ¿Dónde
radica, entonces, lo literario? ¿En la intención del autor de construir un texto
que se precie de tal, en la lectura que se efectúa del texto, en la plasmación de
recursos literarios o en la introducción de elementos ficcionales? (2014: 69).
Para dar respuesta a estas incógnitas, Simón alude en un primer momento a la
necesidad de suspender los criterios estéticos y focalizar los estudios sobre las na-
rraciones testimoniales a partir de otros aspectos. Uno de ellos sería, por ejemplo,
las estrategias de representación lingüística a través de las cuales se relata la expe-
riencia dramática: organización del material narrativo, lagunas, desplazamientos.
Por otra parte, Simón también considera que debería tomarse en cuenta un estudio
más transversal en el nivel del género literario pues el testimonio logra muy diver-
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sas formas discursivas y se manifiesta a través de diversos grados de elaboración
estética. Concluye así la autora que:
A grandes rasgos, el corpus de esta literatura se compone de textos con
diversos grados de ficcionalización, que van desde lo que podría denominarse
el grado cero de la escritura, es decir, la representación tendiente a la máxima
referencialidad; hasta la total elaboración ficcionalizada o la realización esté-
tica de la experiencia, en la que el autor filtra algunas marcas autobiográficas
(2014: 225).
También para Rossana Nofal, investigadora y académica argentina, el testimo-
nio “se apropia de zonas de la condición literaria, de sus tramas retóricas, de las
condiciones de la ficción” (2011: 59). La especialista en literatura latinoamericana
basa esta lectura del género en la necesidad de liberar nuevos núcleos de sentido en
torno a una escritura paradigmática y fundacional como lo es el testimonio:
Particularmente pienso la literatura testimonial como una construcción
permeable a la ficción y a sus retóricas. En distintas oportunidades he cuestio-
nado la casi automática vinculación de la escritura de Walsh con el non fiction.
Como lo afirma Ana María Amar Sánchez (1992: 27) el género no ficcional
“propone una escritura que excluye lo ficticio y trabaja con material documen-
tal sin ser por eso realista […] rechaza el concepto de verosimilitud como ilu-
sión de realidad y puede reflejar fielmente los hechos” (Nofal, 2011: 59, énfasis
mío).
No obstante, la investigadora alerta sobre el peligro de esta definición al que-
dar excluidas de ellas las retóricas propias del realismo y las tensiones entre ele-
mentos residuales y emergentes que el género testimonial adopta como cánones
estéticos particulares. Es por ello que la autora propone leer los testimonios como
un género específico con marcas de un realismo que se inscriben en la tradición del
sistema literario.
De esta manera, Nofal considera que los relatos testimoniales forman parte de
las representaciones simbólicas de la literatura en tanto “no sólo representan una
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realidad sino que intentan disputar un espacio de interpretación de la misma” (2002:
19).
Los terrenos del discurso testimonial se han visto amenazados debido a los
cuestionamientos que han surgido frente a la concepción de los términos veraci-
dad/fidelidad que alrededor de él se han formulado. Varios investigadores lo ha-
llan más cercano a la historiografía que a la literatura, consideración que parte de
la propia legitimidad del discurso de las obras testimoniales y de la veracidad com-
prendida en ellas: condiciones que son inherentes al género por el valor ético y
político que le confieren.
Pero se sabe que es imposible que un sujeto pueda apresar toda la realidad de la
cual ha sido testigo. Y el testimonio no escapa de esta verdad, pues, como mencio-
nara el investigador René Jara, más que una interpretación de la realidad, el testi-
monio es una huella de lo real, de esa historia que, en cuanto tal, es inexpresable.
Sin embargo:
Un testimonio bien podría fijar y escudriñar sus huellas, trazar su imagen,
proyectar la inmediatez de su inscripción, re-presentar aquello que por su leja-
nía –geográfica, histórica, corporal– amenaza con volverse inaccesible. Subs-
tituto de la memoria el testimonio puede inventar –en el sentido latino de in-
venire (hacer venir)– la memoria (Jara, 1986: 2).
A partir de una perspectiva similar, Elzbieta Sklodowska considera que sería
ingenuo asumir una relación de homología directa entre la historia real (el suceso)
y el texto: “El discurso del testigo no puede ser un reflejo de su experiencia, sino
más bien su refracción debido a las vicisitudes de la memoria, su intención, su
ideología” (1982). En ese caso, el relato del testigo deviene en una “escritura de
rastros, de huellas quemantes de una realidad que el testigo (de) codifica en cuanto
actor e intérprete, mientras la imagina, la revive y actualiza” (Jara, 1986: 2).
Para Jorge Narvaez, “la función testimonial es un recurso de reproducción
completa imaginaria de la realidad mediante elementos histórico-verdaderos” (1986:
240). Y a criterio de John Beverley, citado en Carr (1992), lo que está en juego en
no es el simple hecho de señalar las diferencias del discurso testimonial con la
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realidad, sino más bien la naturaleza particular del efecto de realidad que ese dis-
curso sea capaz de sostener: “Si lo que produce el testimonio no es real, al menos
esa sensación de experiencia de lo real que transmite, es lo que produce determinados
efectos en el lector que no logran ni el documental ni la ficción más realista” (89).
Achugar añade que para que dicho efecto de realidad se produzca:
Es necesario también una cierta convención, una voluntaria aceptación de
la verdad, una suerte de natural confianza del receptor en el discurso recibido o
escuchado que no permita ni siquiera la sospecha ni el descreimiento. Esta
confianza es sentida por el receptor como si fuera natural y espontánea, pero
forma parte de una operación ideológico-cultural, y esto por el mismo hecho
de ser una convención. El receptor del testimonio acepta lo narrado como una
verdad y no como si fuera verdad (en Carr, 1992: 76, énfasis mío).
Paula Simón igualmente se ha referido a la tan recurrente problemática de la
“verdad” en los relatos testimoniales considerando que, independientemente del
nivel de reelaboración literaria que ejerzan sobre el material narrativo, los autores
de testimonios –en asociación con la autoridad que la experiencia les confiere–
asumen sus textos como discursos de la verdad, no renuncian a esta exigencia y lo
hacen explícito en los usos que estos han adquirido. Dicha verdad es comprendida
por la autora como una versión que contradice, que se opone –o al menos comple-
menta– al discurso histórico hegemónico:
Desde el punto de vista jurídico, el testimonio tradicionalmente ha tenido
valor de prueba y se le ha exigido veracidad. Así también ha ocurrido en el
ámbito periodístico, por ejemplo la crónica, que supone la exposición verdade-
ra de los acontecimientos vividos por un testigo. Y también se corrobora desde
el punto de vista historiográfico, en aquellas ramas de la Historia que utilizan
las fuentes testimoniales como documentos de investigación (Simón, 2014:
71).
Rossana Nofal nos recuerda lo ambiguo de un testimonio si se acepta dicha
ambigüedad como una posibilidad narrativa dentro del protocolo testimonial, fe-
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nómeno con el cual estos relatos romperían con los maniqueísmos iniciales: “Los
tonos grises combinan el pasado y el presente, permiten un diálogo de muertos y la
emergencia de discursos descentrados. El testimonio como construcción de me-
morias implica circulación de múltiples verdades, pero, también de silencios y co-
sas no dichas” (2011: 62).
Como parte de esta brevísima reflexión teórica inicial sobre la genealogía del
testimonio, cabría aludir en este punto a otro de los tantos aspectos debatidos alre-
dedor del género, sobre todo, durante sus inicios en América Latina: ¿Podría la
función “compiladora” de profesionales a través de la grabación, transcripción y
redacción de la narración oral del Otro, infringir la fidelidad de esta?
Nofal señala que la tipología discursiva del género se organiza de acuerdo a
dos corpus textuales: el testimonio letrado y el testimonio canónico (2011: 69). El
primero acarrea menos conflictos ya que, como explicara la investigadora, es el
relato de una experiencia personal de cautiverio. Es decir, narrador y narrado
coindicen.
Esta tipología es la más recurrente en los testimonios latinoamericanos cuyo
objetivo, sobre todo en los relatos del Cono Sur, “ha sido relatar las experiencias
personales de los testigos en los campos de concentración o centros de detención
clandestinos que instituyeron los gobiernos militares de las décadas de los setenta
y ochenta” (Simón, 2014: 67).
En el testimonio canónico, por su parte, dado el carácter iletrado del testigo, se
requiere de la escritura de un profesional que compila y organiza los recuerdos;
con lo cual esta segunda tipología del testimonio señalada por Nofal se caracteri-
zaría por un sistema desigual de negociación de la palabra escrita. De esta manera,
“en la escritura testimonial el acto narrativo no es el lugar de una apacible figura-
ción, sino un espacio tenso en el que narradores y narrados, desde posiciones des-
iguales, negocian un relato” (Vera, 1992: 196).
Lo que sucede, explica Beverley, no es que lo subalterno no pueda hablar: “Habla
mucho (la oralidad es una de sus características). Lo que ocurre, sin embargo, es
que lo que tiene que decir no posee autoridad cultural o epistemológica, en parte
precisamente porque está circunscrito a la oralidad. No cuenta para nosotros, es
decir, para la cultura letrada (2002: 10). Y es precisamente la producción y recep-
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ción del testimonio lo que le otorga esa autoridad apremiante a aquello que comu-
nica el sujeto subalterno, para poder ser transformado así en un libro lo que Beverley
llama una narrativa pre o paraliteraria.
Indudablemente, como bien señala Rossana Nofal, ningún teórico podría “re-
presentar” a los grupos oprimidos ni “hablar sobre ellos”; tampoco la teorización
intelectual puede representar a quienes actúan y luchan:
Sin embargo, esto puede conducirnos a una utopía esencialista. Los cam-
pesinos, los iletrados, los muertos, no pueden representarse en el espacio letra-
do apropiándose de la escritura, ellos deben ser representados. El problema es
cómo, desde qué lugar exponer a un otro dentro de un sistema de poder siem-
pre monológico (2011: 65).
Quizá por eso también, Elzbieta Sklodowska (1990: 113) –considerada como
una de las investigadoras más rigurosas del testimonio– concluyera que este género
no representa una reacción genuina y espontánea del sujeto-pueblo multiforme
frente a la condición postcolonial, sino que sigue siendo un discurso de las élites
comprometidas a la causa de la democratización.
Corresponde entonces al letrado solidario, en ocasiones, la defensa de ese Otro
”no como un objeto del conocimiento científico sino como un objeto de conoci-
miento obligatorio al nivel del deber ser o de la ética” (Achugar, 1992: 67)– que
muchas veces se ve imposibilitado de comunicar su historia por muy diversas razo-
nes (de raza, de etnia, de idioma), una historia que antes el discurso hegemónico
no reconocía ni escuchaba.
La intermediación del letrado en la traducción o adecuación técnica de un tes-
timonio, por tanto, no siempre es vista negativamente en este proceso, pues si bien
“desvirtúa” en algún sentido el testimonio original, esta intromisión del mediador
supone “un grado equis de adecuación sintáctica que haga posible la circulación
del testimonio entre la comunidad letrada que es, en definitiva, el receptor, si no
natural, presupuesto” (Achugar, 1992: 77).
Además, si el texto ha sido recogido y traducido por un profesional es un deta-
lle de menor importancia en lo que respecta a la verosimilitud del mismo. Lo esen-
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cial es hacer llegar dicha narración lo más lejos posible pues la propia circulación y
recepción de la obra es parte fundamental de su razón de ser y de sobrevivir.
Su paso: reconstrucción del yo, memoria colectiva y
violencia
Ganadora en 2011 del Premio Literario Casa de las Américas en la modalidad
de testimonio, Su paso narra la experiencia de un sobreviviente del llamado “Proce-
so de Reorganización Nacional” (o última dictadura cívico-militar) que goberla
Argentina desde el golpe de Estado de 1976 hasta 1983. Pablo, el personaje central
de la obra, es el sujeto interpelado por el autor (Carlos Bischoff), quien se dispone
a hurgar en las experiencias de vida del compañero (su otro yo) con el que convive
hace más de treinta años:
–ha leído esto, me lo ha dicho– que hay cosas que no le agradan por
como las enfoco o relato, pero hace su gesto de resignación, dice su frase de
bueno, ya estoy viejo para discutir…, termina su cerveza y retorna a su o sus mo-
radas. Lo encuentro cada tanto, siempre a solas, lo veo llegar, lo intuyo casi y
me preparo, porque el discutidor en realidad es él. Como a veces dice, hay
cosas que parecen de otra vida, pero que no es así. Le guste o no –y creo que
en el fondo le gusta– su historia es parte, pequeña, claro, de la Historia. Por
eso, tal vez, es que su paso es, en gran medida, mi paso. O ambas asimetrías a
la vez (Bischoff, 2011: 12).
Aunque en un primer acercamiento a la obra pudiera parecer confusa la narra-
ción de una experiencia individual en tercera persona, este no es sino un mecanis-
mo del narrador/testigo para alejarse, además de temporalmente de los aconteci-
mientos, también identitariamente. La existencia del “personaje” de Pablo en el
texto resulta entonces un procedimiento del autor, recurrente en varios testimonios
latinoamericanos, para lograr ese distanciamiento entre el testigo que narra y la
intensidad de la experiencia individual. Pablo y Carlos Bischoff es la misma perso-
na física, aunque conviven en un solo cuerpo dos identidades, por momentos, to-
talmente opuestas. A pesar de la fortaleza con la que el narrador en primera perso-
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na se instala en el discurso, son frecuentes los desplazamientos arbitrarios hacia la
tercera persona que busca un relato más distanciado de los acontecimientos vivi-
dos o menos subjetivo” (Simón, 2014: 227).
Si bien el uso de la primera persona del singular refleja, como señalara Paula
Simón, un mayor dominio del sujeto sobre el material narrativo, esto no obliga
necesariamente la permanencia del narrador en esa primera persona. Por tanto, el
privilegio de que coincidan en el testimonio narrador y narrado no asegura la utili-
zación de la primera persona, sino que dicho privilegio más bien reafirma la liber-
tad del autor/testigo para sostener aquella estructura o, por el contrario, como en
el caso de Bischoff, para provocar voluntarios desplazamientos y traslaciones en la
misma.
Por otra parte, como se hace evidente en casi toda la literatura testimonial del
continente, en este tipo de relatos ocupa un lugar central tanto el testigo de los
sucesos como la experiencia misma contada. Es por ello que “una de las problemá-
ticas principales que presenta el análisis de este corpus es la construcción del narra-
dor y las estrategias discursivas que se disponen para la representación literaria”
(Simón, 2014: 227). Y el caso analizado, Su paso, desafía particularmente dicha
problemática frente a la decisión de su autor de modificar la posición en la cual el
narrador/testigo testimonia.
De esta manera, el autor se convierte en su propio interlocutor, en su propio
“objeto de cuestionamiento”. Él se interroga y se responde. Su paso es una narra-
ción escrita en tercera persona del singular, en la que se presentan los hechos, se
describen, se relatan y en donde dialogan, como si fueran dos personas distintas, el
autor y el testimoniante. Así Carlos Bischoff logra n más aquella distancia esta-
blecida por la reflexión autobiográfica en la que se separan el yo actual del yo pasa-
do.
En este caso, al coincidir en una misma persona testigo/profesional, es decir,
narrador y narrado, informante y mediador, no se cumple con la estructura del
testimonio “canónico” que involucra la presencia física de dos personas, por lo
cual se podría decir que Su paso es un testimonio “letrado”, según la clasificación
de Simón, donde el autor rescata la estructura autoral del informante. Pero, a pesar
de esta característica, ¿podría aun así atentar contra la credibilidad del relato el
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procedimiento de la tercera persona y el desdoblamiento del testigo en un “perso-
naje” incluido en la narración?
Su paso testimonio o autobiografía desperzonalizada, por darle incómoda-
mente una clasificación– igualmente podría correr el riesgo de ser inverosímil, so-
bre todo, porque el nombre que figura en la portada del libro (Carlos Bischoff) no
coincide con el nombre del sujeto narrado (Pablo), a pesar de ser la misma perso-
na; importante elemento, según el filósofo francés Jean-Philippe Miraux, para es-
tablecer un pacto de confianza entre el autor y sus lectores. De esta manera, “el lector
podrá criticar la verosimilitud, pero nunca la identidad” (2005: 22). Y es aquí, en-
tonces, donde se materializa ese pacto de veracidad que se debe crear con los lecto-
res.
Si bien en Su paso no coinciden los nombres de autor y testimoniante, ni se
halla un relato escrito en primera persona, su propia condición de obra testimonial
y el hecho de que el texto se produzca y circule como testimonio, ya elimina cual-
quier posibilidad de que sea considerado apócrifo y asegura, al menos en principio,
esa natural confianza con el lector que no permita la incertidumbre ni el descrei-
miento. Además, si bien en este caso no coinciden los nombres del sujeto que pre-
gunta y quien responde, se sabe que en esencia es la misma persona en un diálogo
con su alter ego.
Asimismo, debe existir, y cumplirse, el pacto referencial al que también alude
Miraux y a través del cual queda inscrito el relato en el campo de la expresión de la
verdad; no la verdad que cuestiona la existencia real de lo contado (que, a fin de
cuentas, ¿se podría verificar a cada minuto?), sino la verdad del texto, la verdad
dicha por el texto. Cuestión de autenticidad, señala Miraux, y no de exactitud:
El pacto referencial es, pues, ese contrato que cierra el lector con el texto
autobiográfico cuya lectura emprende, admitiendo que el propio fundamento
de su relación será la autenticidad, en tanto sea la verdad del texto, de la ima-
gen del narrador mientras hace la pintura de mismo y de la imagen que
quiere dar de lo que él era en tal o cual etapa de su vida (Miraux, 2005: 23).
Cumpliéndose todos estos pactos, quedaría aún por verse la problemática de la
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mediación escritural en el testimonio. La ley de este género es la ley de la sinceri-
dad, como señala Rousseau, pues el texto reproducirá a conciencia lo que le parece
verdadero al escribiente. Sin embargo, en el origen del gesto autobiográfico el autor
“traviste la realidad porque perfora la hermética frontera entre la interioridad se-
creta del yo y la peligrosa exterioridad del afuera. Al escribir su verdadera vida, la
disfraza” (Miraux, 2005: 90).
Y es aquí donde se vuelve dolorosa, según el teórico francés, la paradoja
autobiográfica. Si bien esta forma de la escritura del yo se propone entregar a los
lectores la verdad interior del sujeto de manera espontánea, la escritura, además de
constituir instrumento de la transparencia, se presenta como un obstáculo para ella. El
autobiógrafo (o testimoniante en este caso) puede correr también el riesgo, enton-
ces, de no creerse a sí mismo cuando vuelve sobre lo escrito.
Pero Su paso, quizás como toda obra testimonial o autobiográfica, no pretende
ni puede apresar la realidad con la exactitud milimétrica de todos sus sentidos,
aciertos y extravíos. Lo que Bischoff intenta es dejar esos rastros de aquella reali-
dad que, en su condición de testigo e intérprete, va (de) codificando a la vez que la
revive, la actualiza y, ¿por qué no?, también la imagina, sin dejar de ser verdadera
por ello. Testimoniar se convierte en la urgencia del sobreviviente y la “verdad”,
tan propensa a cuestionamientos, solo aparece como horizonte utópico de la pro-
pia subjetividad escritural.
El movimiento de la escritura sigue al movimiento de la subjetividad inte-
rior que experimentan los hechos, los actos, los sentimientos, como verdade-
ros, como conformes a lo que el yo quiere evocar. Lo que garantiza una forma
de verdad a los acontecimientos relatados es la certeza de haberlos vividos
como tales, de haberlos percibido como tales; más aún, de haberlos recordado
como tales (Rousseau en Miraux, 2005: 55).
***
Ahora, si bien la obra en cuestión relata las vivencias de su propio autor duran-
te un período histórico determinado, la escritura no se centra en la historia perso-
nal del escritor:
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El narrador se presenta más bien como un relator, como un cronista y no
como personaje central, su función es más bien testimonial: no es el yo lo que
está en juego, sino la mirada de una persona que, en determinado momento,
se encontró con la historia, o cuya historia personal se cruzó con la historia
histórica, con la gran Historia (Miraux, 2005: 17).
Este rasgo, propio de las memorias según plantea el filósofo francés, se materia-
liza en el texto desde el propio título impersonalizado: Su paso. La decisión, ade-
más, de contar los hechos en tercera persona y desde el punto de vista del Otro,
reafirma este alejamiento entre la vida personal del autor y el hecho social narrado.
Igualmente, en el prólogo de la obra premiada, Carlos Bischoff hace referencia
al carácter colectivo del testimonio de Pablo, con lo cual logra desviar el sentido
personal y privado de su narración hacia un relato conformado desde la memoria
histórica colectiva: “La canción de Pablo es absolutamente cierta aunque me haya
tomado la libertad de incorporarle algunos hechos –muy pocos– de los que no fue
protagonista directo” (2011: 12). El elemento primordial, no obstante, sigue siendo
una vivencia personal concretamente –por no decir que una anomalía total de la
experiencia– marcada por la perplejidad existencial.
En Su paso, el “personaje” –que encarna en a muchos otros “personajes”–
coincide con el autor. Sin embargo, se aclara desde el inicio que Pablo no es sino la
suma sucesiva de otros en el tiempo y resulta, la obra, el producto de cierta com-
prometida “ficción” colectiva. Esto quiere decir, a su vez, que no puede existir
testimonio sin la intimidad de un colectivo. Ya sea cuando se produce como acon-
tecimiento, ya sea cuando se narra, o se trate como objeto literario –así sea uno
solo el involucrado– se trata siempre de un sujeto colectivo.
Por eso Carlos Bischoff se propone desde lo individual –como mismo tantos
otros autores/testigos que han narrado sus experiencias personales en campos de
concentración o bien en el exilio– “encarar el proceso de elaboración personal del
recuerdo traumático” (Simón, 2014: 62) y, desde lo colectivo, postular con su obra
a la reivindicación de grupos sociales amenazados o damnificados y también a la
recuperación de sus memorias sociales.
Además, si bien cada vivencia es diferente en sus particularidades y subjetivi-
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dades, aquellos sujetos sobrevivientes que no han podido dar a conocer su historia
y narrar los acontecimientos, por lo general se sienten identificados con este tipo de
relatos dadas las características semejantes del trauma asociado.
“Esto podría pasar por ser la pequeña historia de una etapa de la vida de Pablo,
pero que en realidad es la historia parecida de muchos y así se lo parece a él,
aunque dice siempre que cada vida es un mundo y muy complejo” (Bischoff, 2011:
12). De esta manera, la literatura testimonial, y Su paso obviamente:
Adquieren un valor significativo en los procesos sociales de construcción
de la memoria, puesto que, si bien los relatos suelen aludir a una experiencia
privada e individual, se conectan con las vivencias de un colectivo o una co-
munidad que se ha visto damnificada, recluida o excluida, y que está represen-
tada en el texto (Simón, 2014: 227).
El testimonio, por tanto, se convierte en un instrumento al servicio de la me-
moria y cumple también una función pedagógica, en el sentido que le da Paula
Simón, al alertar a la sociedad para que no se repitan los hechos. La cuestión sobre
lo que se escribe nunca puede ir desligada entonces de quién lo va a leer y cuándo.
Y ahí la ética es hacia los ausentes. Por supuesto, el trabajo que esto supone es
arduo, probablemente inacabable, donde todo está permitido, incluso, inventar en
las formas; sobre todo sabiendo que se trata de una subjetividad que, lejos de per-
manecer inmóvil, se reactualiza constantemente incorporando nuevas multiplici-
dades. Eso sí, no se debe disociar jamás ética de estética al colocar los dedos sobre
el teclado para convertir los recuerdos (personales y colectivos) en memoria.
Algunas diferencias entre lo que se propone la autobiografía y el testimonio.
Hugo Achugar considera que una de las principales diferencias entre estas dos
formas escriturales radica en que mientras la autobiografía es un discurso acerca
de la vida íntima, o interior, el testimonio es un discurso acerca de la vida pública o
acerca del yo en la esfera pública. Esa característica del testimonio es la que quizá lo
pudiera acercar, cuanto más, a la llamada autobiografía despersonalizada. No obs-
tante, Achugar se aventura a declarar que, si bien estas dos expresiones presentan
sus marcadas diferencias, el testimonio es, en una de sus formas, “la autobiografía
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del iletrado o de aquel que no controla los espacios de la historiografía y de la
comunicación” (1992: 69).
De esta manera, Bischoff narra Su paso desde un yo personal para construir
una verdad colectiva denunciatoria y el relato se convierte en una desviación en
masa (o en el alma). Así sea por unos instantes olvidados en la historia de la huma-
nidad, el testimonio es siempre testimonio de cierta anomalía y no simplemente
una utopía. La particularidad de dicha anomalía frente al poder –a diferencia de
aquello que nunca se alcanza, pero sirve de guía supuesta– es que esta es real por
donde se la mire.
Incluso cuando se trate de una denuncia histórica, lo que el testimonio se pro-
pone también es –sobre todo– servir a quienes no han nacido todavía. De ahí que
se asista –de alguna manera y aunque quizás no expresado como intención– a
cierta victoria sobre el poder y de la vida más allá de la muerte. Por eso, se puede
decir también, su naturaleza es esencialmente política, aunque su producción y
consumo estén organizados dentro de un texto literario.
***
Continuando con el análisis de la obra referenciada, recordemos que Su paso es
una reconstrucción de la experiencia de Pablo, sobreviviente de una de las etapas
más desgarradoras de la historia argentina, después de tres décadas de los hechos
de los que fue víctima y testigo. El autor cuando se enfrenta a sus recuerdos para la
elaboración del relato, no solo está rememorando aquellos años en los que el mie-
do dominó y modificó su personalidad, sino que también intenta reapropiarse de
tales memorias para la recomposición de sí mismo.
Si bien “el proyecto inicial consiste en expresarse, en intentar reapropiarse del
yo que ha huido, el yo que se ha ocultado, en tratar de iluminar esa zona de som-
bra, ese halo de incertidumbre que el tiempo ha trazado en torno al hombre que se
ha ido” (Miraux, 2005: 11-12), el testigo que se halla detrás del “personaje” va
también en busca de su nuevo yo con la esperanza de encontrar quizás la fuerza
para sobrellevar el resto de su existencia con una cierta felicidad, para alcanzar una
cierta serenidad crispada después de la vivencia de una violencia extrema.
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Tanto la experiencia de la cárcel como la del exilio, circunstancia en la cual
Bischoff elabora el testimonio aludido, representan acontecimientos que “trastocan
la normalidad de la vida de los sujetos y amenazan su integridad moral y humana”
(Simón, 2014: 225). En ambos casos, el sobreviviente es arrancado de su zona de
confort, de su “espacio de pertenencia” y obligado a permanecer en un lugar con el
cual no se siente identificado ni con el que pueda o quiera crear un vínculo.
Los testigos, “al ser despojados de sus marcos de referencia, ven lesionada su
propia identidad y acabado un ciclo vital de manera obligatoria. La escritura suele
convertirse para estos sujetos en un instrumento de resistencia, en una vía de esca-
pe y en un medio posible para elaborar esa vivencia traumática” (Simón, 2014:
225). Por eso la narración testimonial resulta a Carlos Bischoff, treinta años des-
pués de los sucesos vivenciados, el instrumento y el medio adecuado para recons-
truir la identidad que ha sido violentada.
La escritura, en su capacidad regenerativa, permite así al testimoniante no solo
esquivar el obstáculo traumático del recuerdo y transformar las vivencias en pala-
bras, sino también acceder al reordenamiento de los hitos de su historia personal.
De esta manera, los patrones de referencia sobre los que se asientan la identidad
del sujeto se abren paso para devolver a su vida el equilibrio antes trastornado.
La socióloga e investigadora argentina Elizabeth Jelin sintetiza en su texto, Los
trabajos de la memoria, dos vínculos involucrados con el testimonio (simultánea-
mente acercamientos y distanciamientos) que resultan necesarios para la
(re)construcción de sí mismo y de la identidad personal del sujeto testimoniante:
En primer lugar, una relación con un/a otro/a, que pueda ayudar, a través
del diálogo desde la alteridad, a construir una narrativa social con sentido.
Prácticamente todos los relatos testimoniales tienen esta cualidad dialógica,
de alguien que pregunta, que edita, que ordena, que pide, que normaliza (…)
En segundo lugar, una relación de acercamiento y de distanciamiento con
relación al pasado. Regresar a la situación límite, pero también regresar de la
situación límite. Sin esta segunda posibilidad, que significa salir y tomar dis-
tancia, el testimonio se torna imposible (Jelin, 2002: 95).
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Estos elementos podrían explicar también, al menos en parte, la decisión (ne-
cesidad) de Bischoff de introducir en la narración (a modo de desdoblamiento) un
“personaje” (Pablo) que lo cuestionara e interpelara. Un sujeto que, en ausencia de
un interlocutor al coincidir testigo/mediador, dialogara con él.
En Su paso ambos yo se enfrentan entonces de manera más directa y verificable
para la (re)composición del sobreviviente. Si bien en los testimonios escritos en
primera persona este encuentro entre el yo pasado y el yo presente resulta inevita-
ble, en la obra en cuestión se materializa formalmente y se hace más que evidente
con el uso de la tercera persona y la inclusión del “personaje” de Pablo para darle
nombre y cuerpo a ese yo pasado del autor. Ambas formas de pensamiento, ambos
seres, se disputan un lugar en el presente del narrador que intenta una reconcilia-
ción entre ellos. La contienda tiene lugar, entonces, en lo que Dominique
Maingueneau llama el lugar paratópico.
Al querer decir su vida, el escritor se retira de la vida para expresarla mejor.
Se sitúa entonces en una especie de no-lugar, puesto que se entrega al universo
imaginario de la escritura para representar la realidad de la que se aleja. Simul-
táneamente autor, narrador y personaje de su propio libro, se le vuelve difícil
situarse en las fronteras de la vida real y de la vida metamorfoseada en imagi-
naria. La pertenencia al campo literario no es, pues, la ausencia de todo lugar,
sino más bien una difícil negociación entre el lugar y el no-lugar, una localiza-
ción parasitaria que vive de la propia imposibilidad de estabilizarse. La paratopía
es esa localidad paradójica (Miraux, 2005: 33).
Desde ahí el autor hace una revisión de su vida. Interroga, contradice y juzga
al personaje –que es interrogarse, contradecirse y juzgarse a sí mismo–. Desde ahí
intenta darle un sentido a lo que ha sido la vida de Pablo –que es darle un sentido
a la suya propia–. Desde ese lugar paratópico que es la escritura, reconstruye su yo
actual a partir del yo de Pablo que, alguna vez, fue el suyo.
***
Entonces, ¿quién es Pablo? En términos giorgianos, sería una no-persona. Un
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cuerpo (cadáver), a quien la biopolítica trató de eliminar, de “borrar como eviden-
cia jurídica e histórica y de hacer imposible la inscripción de ese cuerpo en la vida
de la comunidad, en sus lenguajes, sus memorias, sus relatos” (Giorgi, 2014: 199).
Carlos Bischoff, quien personaliza en este caso la resistencia, apuesta por la repo-
sición de la persona como forma de contestación a la violencia política: “allí donde
el poder busca despersonalizar, deshumanizar, volver irreconocibles los cuerpos, la
resistencia tiene que pasar por la restitución de la persona, la identidad, el nombre,
la biografía” (2014: 211). En este caso, explica el profesor e investigador Gabriel
Giorgi, los restos nunca desaparecen y las obras resultan ser los dispositivos forma-
les para hacer perceptible esa permanencia del resto.
Teniendo en cuenta el contexto de violencia del cual emerge el testimonio alu-
dido, ¿cómo logra Bischoff testimoniar después de aquellas vivencias? Plantean
dos teóricos que el “discurso sobre la tortura habla de la lucha de dos voluntades
en torno a la confesión” (Sofsky, 2006: 66) y que “la historia personal, ocultada por
la Historia inadmisible de los hombres, impide al escritor hablar de mismo”
(Miraux, 2005: 120).
Probablemente estas son razones suficientes por las cuales Carlos Bischoff se
apoya en un segundo “personaje” para narrar la experiencia. Sin embargo, quizás
al evocar los recuerdos para convertirlos en memoria, el hecho de ponerlos sobre
los hombros de su otro yo y de narrarlos con esa voz y no con la suya propia, haya
sido la manera más asequible que encontró el autor para aliviar las cargas emocio-
nales y acercarse objetivamente a la verosimilitud de la experiencia.
Además, después de lo vivido, las huellas son indelebles y “nada vuelve a ser
como antes, la violencia ha roto la continuidad de la línea de la vida; el supervi-
viente no solo es distinto, es Otro. La identidad ha quedado afectada en sus cimien-
tos” (Sofsky, 2006: 78-79). Por eso, tal vez, el autor de Su paso le da protagonismo
y voz a quien se disputa con él un mismo cuerpo.
Luego de que el ser humano quedó herido, destrozado y desfigurado y su alma, su
espíritu, su yo y su existencia social, afectados en la misma medida que el cuerpo, el
sujeto se enfrenta al quién soy y se adentra en un estado de incertidumbre identitaria.
Para ser sincero entonces consigo mismo, y con sus lectores, el autor decide mos-
trar todos los yo que lo acompañan o, al menos, de los cuales es consciente.
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De esta manera, no solamente aligera el peso emocional de la narración, sino
que pone sobre la mesa, explícitamente, todas las formas con las que cuenta para la
recomposición de mismo. Por eso, quizás, la tercera persona en la que aparece el
relato, más que una decisión estética del autor, constituye un mecanismo de defen-
sa del testimoniante y una manera de manifestar las anomalías de la experiencia en
todas sus dimensiones.
La centralidad de la primera persona en todos los casos, aun teniendo en
cuenta los desplazamientos del narrador en primera persona hacia otras posi-
ciones enunciativas, recuerda la importancia que, desde la perspectiva
psicoanalítica, tiene la escritura en el proceso de elaboración del pasado
traumático del sujeto, ya que, aunque no implique una clausura resolutiva del
trauma, sí pone de manifiesto una intención terapéutica que colabora con su
sutura en el plano de la expresión (Simón, 2014: 73).
Por otra parte, “el evento traumático es reprimido o negado, y sólo se registra
tardíamente, después de pasado algún tiempo, con manifestaciones de diversos
síntomas” (Jelin, 2002: 68). Esto explicaría por qué el testimonio de Bischoff solo
aparece treinta os después de ocurridos los sucesos. Elaborar la experiencia
traumática, como se sabe, requiere de ciertas distancias con los acontecimientos
que facilite la rememoración de los hechos y su reestructuración en la instancia
escritural. Y, en este caso, la distancia temporal marca fuertemente el testimonio
de Bischoff.
La existencia del “personaje” de Pablo podría interpretarse también como una
de las huellas que aquella experiencia traumática heredó al testigo y que “se mani-
fiestan de manera más o menos explícita en el texto, ya sea a través de la exposición
de las motivaciones personales que han llevado a la escritura o en sus característi-
cas formales” (2014: 64). Los testimonios de la dictadura y del exilio ponen de
relieve, según comenta Paula Simón, esa des-localización y descentramientos su-
fridos por el sujeto.
Igualmente para Elizabeth Jelin, aquella suspensión de la temporalidad ya
mencionada se expresa “en los retornos, las repeticiones, los fantasmas recurren-
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tes” (Jelin, 2002: 94). De ahí los encuentros periódicos entre Bischoff y Pablo (la
representación de su pasado) en esos bares que tienen la magia de producir los encuen-
tros buscados: “Lo encuentro cada tanto, siempre a solas, lo veo llegar, lo intuyo casi
y me preparo, porque el discutidor en realidad es él (…) hace su gesto de resigna-
ción, dice su frase de bueno, ya estoy viejo para discutir…, termina su cerveza y retor-
na a su o sus moradas” (Bischoff, 2011: 12). Bischoff intenta a veces enterrar ese
pasado para poder centrarse en el presente. Pero despide a Pablo con la certeza de
que inevitablemente lo volverá a volver. Porque, aunque no lo quiera, y aunque
nunca del todo, el pasado, Pablo, siempre regresa.
Los relatos testimoniales son muchísimos: pequeñas grandes historias que han
entretejido de a poco las vivencias colectivas de un continente. Ojalá la lista conti-
núe extendiéndose. Y ojalá el espacio, cada vez mayor, no dé cuenta de angustias
colectivas y esperanzas truncas; sino que se fortalezca y ensanche como una sim-
ple y rotunda necesidad de saber lo que hemos sido.
Obra Galardonada: Su paso
Autor: Carlos E. Bischoff (Argentina)
o de Premiación: 2011
Jurado: Margaret Randall (Estados Uni-
dos), Flor Romero (Colombia), Yamil Díaz
(Cuba)
Acta del jurado:
“En atención a la profundidad y frescura
con que aborda el tema de la represión en
su país durante las dictaduras militares de
la segunda mitad del siglo XX. Por otra
parte, apreciamos especialmente la rique-
za psicológica y la elaboración literaria del
lenguaje”
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Anexo. Entrevista a Carlos Bischoff: “A veces y en algunas
cosas, este tipo, Pablo, me produce una cierta ternura”
Aylén Pérez: Carlos Bischoff, ¿quién es Pablo?
Carlos Bischoff: Ese es mi “nom de guerre”. Todavía hoy hay gente en Argentina
que me llama así. Alestuve hace dos años y me encontré con antiguos compañe-
ros del oficio, en especial con los que fundamos hace muchísimos años el sindicato
de prensa de Córdoba recordando –entre muchos vinos– aquellas épocas. Algunos
ya no están…
Aylén Pérez: ¿Qué hubo después de la cárcel? ¿Por qué decidió irse a vivir a Espa-
ña?
Carlos Bischoff: Hace más de 15 años que vivo en España (mejor: en Cataluña
que is not Spain), perdí el trabajo que conseguí cuando salí de la cárcel porque se
enteraron del hecho –una gran empresa, llegué a gerente comercial–, empezó a
irme mal y me vine, tenía un hermano (estuvo exiliado años en Europa) y aquí
vine. Trabajé de mozo, camarero, lavaplatos, cocinero, hasta que pude jubilarme.
Nada que ver con el periodismo, vieja pasión. En fin, una vida de lo más pausada
que se va acercando al ocaso. Y yo –como decía Nazim– todavía con el mismo
pensamiento.
Aylén Pérez: ¿Se enteraron del hecho? ¿De que estuvo “en cana”?
Carlos Bischoff: Sí. Tras años los dueños de la empresa en que trabajaba recibie-
ron el “soplo” de que había estado en cana y por qué (hasta entonces no lo sabían).
Con lo que… adiós. Debí empezar de nuevo en un momento muy jodido del país
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(fines de Menem) y decidí venirme a Cataluña, al menos había trabajo. Conseguir-
lo ya fue un logro, que no se enteraran de que uno había estado preso, otro logro.
Que más tarde –bastante más tarde– se hayan conseguido cosas, alguna in-
demnización, o que metan en cana a algunos represores, etc., no significa que los
que éramos de “nuestro palo” fuésemos buena gente para ellos. Al contrario, hubo
que llevar ese honor de haber sido un represaliado como si fuera un estigma. Y es
explicable, nosotros queríamos hacer la revolución.
Aylén Pérez: ¿No pudo entonces volver a escribir en un medio de comunicación?
Carlos Bischoff: No, nunca pude volver al periodismo, había todavía mucho te-
mor en los medios que pasaban por democráticos y, en tanto, había que comer,
buscar trabajo en lo que fuere. No me fue mal, en todo trabajo avancé, en la indus-
tria gráfica, luego en la confección, hasta que el pasado –del que, reitero, no renie-
go ni una coma aunque hayamos cometido muchos errores– llegó al presente, y
entonces buenas tardes y mucho gusto. Adiós.
Pero se ha avanzado, ¿eh? Fuera de lo personal, en lo social, se ha avanzado,
mucho. Por caminos y con ritmos distintos a los que suponíamos e imaginábamos
entonces, pero se ha avanzado. Con retrocesos, pero con un nivel de acumulación
enorme. Todo se andará, y por lo que me toca, muy contento de haber sido una
partecita –pequeña, pero partecita al fin– de acercar una vida mejor, más digna y
justa para el pueblo.
Aylén Pérez: ¿Alguna vez se imaginó que le tocaría vivir aquella experiencia?
Carlos Bischoff: Un poco sí. Esa madrugada le había dicho a mi mujer: tengo el
mal presentimiento de que hoy caigo. Frase que más tarde, cuando ya me instalaron en
aquella cárcel que había querido sobrevolar tirando panfletos, me recordó en va-
rias oportunidades. Ya está, ya está, le respondía yo a sus recuerdos cuando me
visitaba los domingos. Era en ese momento y vos sabés que pudo ser antes y no fue, pero de
uno u otro modo iba a pasar, ahora, después, pero era inevitable. Siempre lo pensé así. O
la cárcel, o con mucha suerte y viento a favor el exilio. O con menos suerte, direc-
tamente la muerte. No anoto como alternativa haber pasado a ser parte de la inter-
minable lista de desaparecidos.
Aylén Pérez: Se conoce, por su trabajo periodístico, que usted fue colaborador de
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la revista Posición, editada en Córdoba entre 1972 y 1974 y dirigida por represen-
tantes del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). ¿Qué riesgos se co-
rrían entonces?
Carlos Bischoff: Sí, efectivamente. Colaboraba en esa revista. Pero, ¿de dónde
obtiene usted esa información? Eso no está en Su PasoDesde luego ya se corrían
riesgos en ese entonces y uno de ellos era figurar en una revista así. Exponía, claro
que exponía. De hecho, todo lo que significaba practicar ese colocarse de un lado
en aquella contradicción principal, militar, vivir, implicaba una exposición, un riesgo.
Desde luego, había actividades más expuestas, momentos peores, pero todo era
así. Ahora, los momentos en que uno estuvo más expuesto, bueh…
Aylén Pérez: ¿Cómo recuerda el proceso previo a su detención?
Carlos Bischoff: Le cuento, aunque quizás en el librito lo detallo mejor... Muy
cerca de la ciudad de Santa Fe, en la Cárcel de Coronda, había decenas de trabaja-
dores presos tras una “operación de limpieza” llevada a cabo por las fuerzas repre-
sivas en Villa Constitución.
Compañeros en prisión, la población ocupada por las fuerzas represivas. Y
frente a eso, para nosotros no bastaba con expresar solidaridad de mil modos: ha-
bía que hacerlo con un golpe político, claro, que nuevamente mostrara audacia,
fortaleza y decisión. Había que tomar un avión y arrojar profusión de panfletos
sobre la cárcel diciendo que la lucha continuaba y que no íbamos a dar un paso
atrás ni para tomar impulso, carajo. Y así fue. Porque en ese no dar un paso atrás,
los cuatro decididos, fuertes y audaces que mostrábamos nuestra convicción ideo-
lógica y política, nuestra solidaridad y nuestro buen par de huevos, fuimos a dar
con la osamenta a la cárcel, precisamente, la de Coronda.
Aylén Pérez: ¿Le dieron alguna explicación cuando lo apresaron?
Carlos Bischoff: ¿Si me dieron explicación? Noooo, para nada. Me dieron, eso sí,
me dieron bastante, pero no explicaciones. Un abogado luego me explicó que me
podían acusar de lo que se les ocurriera. Y que, incluso, me acusaban: de asocia-
ción ilícita, posesión de armas de guerra, posesión de munición de guerra, tentati-
va de secuestro de aeronave, de privación ilegítima de la libertad, resistencia y aten-
tado a la autoridad con arma de fuego y se me puede escapar alguna cosa…Con lo
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cual se me pedía una condena de 17 años. Pero no tiene importancia, de veras. Lo
personal no es lo importante.
Aylén Pérez: ¿Qué se comentaba en Coronda cuando llegó usted? ¿Qué le decían?
Carlos Bischoff: Absolutamente nada, ni siquiera se podía hablar. Recuerdo per-
fectamente que las palabras de recibimiento fueron: Al llegar aquí, repito y no voy a
volver a repetirlo nunca más, los huevos se cuelgan en la puerta y los recogen cuando salen. Si
salen… Si alguno nos engaña al entrar, se los quitamos nosotros. Y no conozco a nadie que le
guste cómo lo hacemos. Yo quedé con algunas secuelas físicas de todo aquello. Imagí-
nese, en los dos últimos meses paso muchas horas en el ordenador fruto de un ictus
–el 2do en dos os– que me tiene un poco atado, me cuesta un poco caminar, pero
con tiempo se arreglará.
Aylén Pérez: ¿Un ictus?
Carlos Bischoff: Es un ACV, accidente cerebro vascular, también infarto cerebral
y otras lindezas. Reconoce iguales causas que infarto al corazón –tabaco, ingesta
de alcohol, comida inadecuada, bah, lo que uno ha hecho siempre– (bien puede ser
un rasgo esquizoide). Y la vida, claro, que también tuve años atrás y de la que
guardo en las coronarias un “stent”, resortito puesto en el lugar jodido de la arte-
ria. En fin, una pinturita…
Aylén Pérez: Bischoff, ¿qué lo impulsó a darle vida a esos recuerdos después de
tres décadas?
Carlos Bischoff: A veces es útil cierta distancia –en tiempo– de los hechos, permi-
te incluir otras visiones, experiencias para formar mejor juicio propio. Y no tengo
claro qué me impulsó en el momento que lo hice. Tenía cosas escritas desordena-
das y de pronto… pasó, lo hice, al principio como testimonio directo, mío. Luego
fui encadenando, corrigiendo, variando al diálogo, y salió lo que salió. Si tuviera
que hacerlo de nuevo, no sé.
Aylén Pérez: ¿Por qué afirma en su obra testimonia que su historia es la historia de
los que perdieron?
Carlos Bischoff: Obvio que fui de los que perdieron. Honestamente, creo que nues-
tra historia, la de aquellos que nos entregamos al sueño de la revolución –que no es
solo el hecho revolucionario sino una manera de mirar y hacer la vida, las relacio-
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nes, el desarrollo de la conciencia personal, bah– todavía está por escribirse. Pero
Su Pasome disculpará la inmodestia– creo que aporta un poquito. Poquito, pero
me doy por hecho con eso. Aunque reitero, lo personal no es importante.
Aylén Pérez: ¿Por qué decide apelar al recurso de una conversación con Pablo, que
en esencia es usted mismo, y estructurar la narración en tercera persona?
Carlos Bischoff: Por un lado, me pareció menos rocoso hacer un diálogo y no un
monólogo (aparte, soy muy pesado). Por otro, como podrá ver en algunas partes
del librito, un diálogo se presta más a autoplantearme –por vía de un “tercero”–
ciertas interrogantes que en aquella época no tenía y me fueron apareciendo luego.
O cosas sobre las que directamente pensaba distinto, diferente. En eso cuenta tam-
bién lo técnico-literario, cómo hacer más fuerte o sólido el texto, etc. Además, cr
que era más llevadero. Sobre todo siempre que no perdiera la esencia– para quien
en el futuro pudiera leerlo.
Aylén Pérez: ¿Considera que la naturaleza de su testimonio es esencialmente po-
lítica?
Carlos Bischoff: Todo es político, aunque no todo es política.
Aylén Pérez: ¿Podría profundizar en esa idea aludiendo a los propósitos concretos
con que fue concebido su texto premiado?
Carlos Bischoff: Que todo es político no hay duda, el punto de vista desde el que
se analiza cualquier fenómeno social lo implica, y en “el texto premiado” (¡qué
lindo suena!) –como en cualquiera que analice esos hechos, n desde “el otro
lado”– está presente un punto de vista, eso es lo político. El propósito concreto fue
el de aportar, en el tema derechos humanos, a la comprensión de los horizontes a
los que es capaz de llegar el sistema (y, por cierto, lo que pasó a uno no es lo peor
que sucedió, ni por asomo) en su afán de impedir cuestionamientos a su poder, y lo
terrible del mensaje que trasmiten hacia la sociedad.
Esto no significa que todo lo de este lado es humano, y del otro todo inhuma-
no, los maniqueísmos no me van. De “este lado” también se cometieron errores
graves, a veces espantosamente graves, que en lugar de jugar a favor nos jugaron en
contra. Lacras que arrastramos, venimos del sistema, a cambiarlo, pero venimos
del sistema, y en el fragor de la lucha erramos. Para peor, a veces intentamos justi-
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ficarlo. La política es la justificación en pro de un interés superior. El interés supe-
rior debe ser comprendido por los sectores sociales que nos interesan para lograrlo.
Si no se comprenden, o no se comparten, o peor, se rechazan, vamos
desencaminados, erramos. Nuestra política falla.
Aylén Pérez: Ya que menciona los grupos o sectores sociales, ¿qué recuerdos o
emociones le suscitan en el presente las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo?
Carlos Bischoff: Aquellas mujeres a pesar de las desapariciones y muertes, perse-
cuciones, atentados, intimidaciones, insultos de calibres inimaginables, allí esta-
ban, herida abierta, cada jueves. Las Madres de Plaza de Mayo, joder… Muchas
veces me he preguntado, qué pensarían los funcionarios del Proceso cuando cada
semana, al asomarse a las ventanas de la Casa de Gobierno frente a la Plaza de
Mayo, veían esa marcha silenciosa de las viejas de pañuelo blanco, cada jueves,
cada semana, cada mes, cada o, impertérritas, reclamando la devolución con
vida de los que habían desaparecido, sus hijos e hijas, sus hombres, sus padres, sus
nietos. Seguro que los observantes desde las ventanas tenían el viejas hijas de puta en
los labios a cada mirada.
Pero seguro que también tenían el ¿Cómo carajo puede ser? ¿Cómo no las podemos
frenar, disolver, desaparecer también a ellas? Y no pudieron. Entrevistado que fue por
aquellos años el terrorista Videla por alguna agencia internacional, respondía so-
bre los desaparecidos que algo desaparecido no está, no se conoce, no se puede saber, no
tiene entidad, alarde filosófico propio de su nivel. Las Madres que estaban, sí que
tenían identidad, vaya si la tenían, y semejante palo en el culo le pusieron a este
criminal y sus compromisarios.
Aylén Pérez: Durante la escritura de sus vivencias, ¿cuáles eran los elementos
esenciales que guiaban este proceso desde el punto de vista narrativo?
Carlos Bischoff: La veracidad, ante todo. Quería y necesitaba acercarme lo más
posible a la veracidad de lo ocurrido, a pesar de que mi memoria a veces me jugaba
en contra. Ahora, la veracidad es algo que tiene relación con la verdad, pero puede
no serla, o no totalmente. Como decía un amigo, todo es según el color del cristal
con que se mire, de modo que “la verdad”.
Por otra parte, me aferraba a contar los hechos de la cárcel con la mayor obje-
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tividad posible, el punto más difícil de lograr. Aunque descreo de las “distancias
emocionales”, pues el ser humano es razón y pasión; y todo –desde luego inclu-
yendo la literatura–, debe estar orientado a que el ser humano se reapropie de
mismo en un mundo que tiende a enajenarlo. Pero ya le digo, aunque fuera lo más
difícil, quería contar los hechos con la mayor objetividad posible.
Aylén Pérez: Dada la intensidad de la experiencia vivida, y la naturaleza subjetiva
de un relato testimonial, ¿cómo narrar entonces con “la mayor objetividad posi-
ble”?
Carlos Bischoff: La mayor objetividad posible es posible. Y es elemento central,
claro que sí. Es lo que permite ser eso que nos cuesta tanto: autocríticos. Los seres
humanos somos razón y pasión, y no se trata de ser cada vez más racionales, de
ningún modo. Hay que ser emocionales también, pero sin sacrificar lo otro. Ser
revolucionario sin perder la ternura puede ser una hermosa frase y la repiten mu-
chos repetidores, pero sobre todo es verdad y hay que entenderla.
Se trata de la búsqueda constante de armonización –en cada momento históri-
co, social, personal, etc.– de ambos nudos que nos conforman, individual y social-
mente. No de una síntesis sobre la base de la supresión de uno de los contrarios. La
dialéctica no es una fotografía, es una filmación continua e inacabable.
Aylén Pérez: ¿Por qué las ideas de Bischoff y de Pablo se muestran casi siempre en
contradicción?
Carlos Bischoff: Lo que pasa es que yo soy una contradicción andante. Creo –solo
creo– que tengo más o menos resuelta la principal, pero me cuestiono cada día las
que le siguen. Y la principal sigue siendo que el mundo se divide entre explotado-
res y explotados, opresores y oprimidos, y yo tengo resuelto de hace mucho de qué
lado me pongo. Esta definición, sin embargo, acarrea influencias en muchos aspec-
tos de la vida en los que parece no tener nada que ver. Pero créame, la tiene.
Aylén Pérez: ¿Pudo encontrar Bischoff esos “filones sobre el sentido de la vida”
que confiesa estar buscando en Su paso?
Carlos Bischoff: Bueno…, voy tratando de encontrarlos, sigo tratando. Siempre
me acuerdo de un poeta argentino –era chico cuando me lo dio a leer mi papá– que
se llama Alma Fuerte, y en algún lado escribía: “Ten el tesón del clavo enmoheci-
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do/ que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo. / No la cobarde intrepidez del pavo/
que amaina su plumaje al primer ruido”.
Aylén Pérez: En su testimonio se manifiestan algunos de los miedos que Pablo
tuvo que enfrentar en la cárcel. Actualmente, ¿cuáles son los miedos de Carlos
Bischoff?
Carlos Bischoff: Sí, fueron muchos los miedos. Aunque alguno diga que no, no le
creo, –pero excepto un hombre preñado, en la cárcel todo puede ser– uno convive
con el miedo, está presente a cada paso.
También en la libertad hay miedos, muchos, pero son de nivel diferente y más
identificables (y por tanto combatibles): no tener trabajo, no tener para comer, no
poder alcanzar objetivos materiales o sentimentales, etc. En cuanto a mis miedos
actuales, básicamente uno: que un nuevo Ictus me deje incapacitado.
Aylén Pérez: En lo referido a lo emocional, ¿ha podido recuperar Pablo algunas de
esas “partecitas mutiladas” sobre las que cuenta en Su paso?
Carlos Bischoff: Pablo asegura haber palpado la certeza de la muerte y compren-
dió en aquel entonces que esa definitiva no vida conlleva una sucesión de pequeñas
pérdidas que, si no hubieran muerto, o quedado “mutiladas” durante los sucesos,
no hubiese sobrevivido. Si incluso, no hubiera blindado voluntariamente impor-
tantes partes de sensibilidad, y no digo matado solo por vergüenza de no suicida,
no habría sobrevivido.
Pero ha podido recuperar algunas de esas partecitas mutiladas. O por lo menos
eso se dice a mismo cuando en bares mágicos siente pasar el tiempo a través
suyo, haciendo de cuenta que está presente.
Aylén Pérez: Asegura usted en el testimonio galardonado que Pablo aún calla
algunos “misterios”, ¿cree que estaría dispuesto a confesarlos?
Carlos Bischoff: Aunque quizás muchos no lo crean, es así: hay bares que tienen
pequeñas magias, lugares donde uno puede pasar el tiempo solo viendo pasar el
tiempo, aunque siempre pasa a través de uno. Bares que tienen esa pequeña magia
de producir los encuentros buscados. En esos bares lo encuentro a él, a Pablo.
Y desde luego que sí, siempre calla cosas. Pablo tiene un montón de misterios
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y otros desvíos. Claro que Bischoff los conoce, se hace el tonto, pero los conoce.
Aunque, el muy maldito, dice que se los va a llevar a la tumba.
Aylén Pérez: ¿Cómo es ese Pablo de hoy, cómo es Bischoff?
Carlos Bischoff: Pablo es un hombre al que le gustan, por ejemplo, las mujeres, la
buena mesa, los amigos, las mujeres, el vino, la música, las mujeres, recordar lo
lindo y a veces no perder lo feo que también existe y por alcuesta un poquito
más, en fin, un tipo normal. Y la revolución, claro, también le gusta. Ah, y las
mujeres, no si lo dije. Ya está medio viejo para andar haciendo el lindo, pero que
le gustan, le gustan. Como la revolución.
Aylén Pérez: ¿Qué queda de él en usted, qué parte de Pablo no ha muerto ni quiere
que muera?
Carlos Bischoff: Como imaginará, he releído mi testimonio unas cuantas veces
después de publicado, o sea, cuando ya no tenía vueltas. Y la verdad es que me ha
ayudado a recordar muchas cosas, las buenas y las no tanto. Que las hay, varias y
variadas. Pero si de todo lo que recuerdo de esas relecturas tuviera que elegir una,
me quedo con que a veces y en algunas cosas, este tipo, Pablo, me produce una
cierta ternura.
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