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de embudo, sembrado de estacas o palos secos, oscuros, que aparecen como pince-
ladas en negro dentro del verde y negro y claro de esas aguas, escuela pictórica
detrás sin duda, un poco se me antoja de nuevo estilo japonés, hasta llevarnos
lánguidamente al boquete mismo del embudo donde, visto desde abajo, en contra
picada, podemos percibir una enceguecedora refulgencia bordeada de negro; y,
tomado desde arriba, en picada, la silueta de una mujer que al acercar la cámara
distinguimos le falta una pierna, carencia que amarra la primera historia a la histo-
ria segunda del relato.
A estas alturas, ya lo sabemos todo. No hay nada más que oír: las imágenes
solo ilustran algunos de los espacios referidos en las dos historias abrazadas, mos-
tradas al final de manera contradictoria a como aparecen en el relato, manera que
desdice o lía espacios del horror a geografías estéticas esplendorosas. Y es este final
de enorme delicadeza e intención estética lo que deja arrobade al que le ve. Tempes-
tad es un docufilm extraordinario.
El film está narrativamente compuesto esencialmente de dos testimonios, el de
una mujer que fue secuestrada en Cancún, llevada a Matamoros, y luego puesta en
libertad; y el de una madre, la payasa del circo, que nos cuenta, en el contexto del
circo y su familia, el secuestro de su hija a quien nunca pudieron encontrar –”mi
hija tenía veinte años cuando se la llevaron. Era un martes.” Las dos historias
aparecen como anverso y reverso de una misma experiencia. Huezo quiere borrar
la línea entre una y otra mujer para dotar la historia de universalidad, fundido de
vidas de tal manera que el percance de una parece el de la otra, eso que le puede
pasar un día cualquiera a cualquiera, de hecho, a cualquiera de esas que transitan
de un lugar a otro en la geografía mexicana, pasajeres colectives, serie de rostros
que abundan en el film y que siempre están en movimiento, ya en un autobús o en
una terminal de autobuses. Todes elles pueden ser esas mismas mujeres que fueron
secuestradas o las próximas a desaparecer.
En ese constante vaivén, todes estamos en peligro, en la ruta del peligro, en los
caminos del peligro. Esa es la intención, o así se lee, de mostrar tantos rostros de
jóvenes, hombres y mujeres, madres jóvenes con sus hijes, alguna que otra vieja,
algunos hombres, muches jóvenes, algunos ya sazones y pocos viejos. El México
lindo y querido sometido a un poder paralelo. La vida, un camino aciago cubierto
Telar
24 (enero-junio/2020) ISSN 1668-3633
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Dislocaciones. Tempestad de Tatiana Huezo: 41-54