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Dislocaciones. Tempestad de
Tatiana Huezo
Dislocations. Tempest by Tatiana Huezo
I
LEANA
R
ODRÍGUEZ
(Nicaragua - Estados Unidos)
The Ohio State University
ileanarodriguez1939@gmail.com
Resumen: Este artículo trabaja la representación del secuestro de mujeres
en México en el docufilm Tempestad (2016) de Tatiana Huezo. La narración se
sostiene en dos testimonios de mujeres que aparecen como anverso y reverso
de una misma experiencia. Huezo borra la línea entre una y otra mujer para
dotar la historia de universalidad. El docufilm permite pensar la vida como
un camino aciago cubierto de daños potenciales execrables en el que las víc-
timas del tráfico de personas son mercancía en un consorcio rentable y pro-
vechoso entre la policía federal coludida con el narcotráfico, y donde las
instituciones, como la cárcel son autogobernadas. Historia de espanto, con-
tada de manera lírica y con una estética cuidadosa en todas y cada una de las
tomas que denotan una combinación magistral de hondo dolor y belleza al
mismo tiempo.
Palabras claves: Tatiana Huezo - Tempestad - Testimonio - Secuestro - Mu-
jeres
Abstract: This article works on the representation of the kidnapping of
women in Mexico from Tatiana Huezo’s documentary Tempestad (2016). The
story of two women appears as the front and back of the same experience to
endow it with universality. The film allows us to think of life as a dark road
covered with execrable potential damage. There the victims of human
trafficking are merchandise in a profitable consortium between the federal
police colluded with drug trafficking, and institutions, such as the prison.
The terrifying story is told in a lyrical way and with a careful aesthetic in
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each and every one of the shots. This denotes a unique combination of deep
pain and beauty at the same time.
Keywords: Tatiana Huezo - Tempest - Testimony - Kidnapping - Women
Casi al finalizar el docufilm de Tatiana Huezo, Tempestad (2016), nos encontra-
mos con un plano trabajado muy meticulosamente, en el que del centro a la dere-
cha vemos un pequeño espejo que muestra dos terceras partes del rostro de una
mujer y del centro a la izquierda, la pantalla en negro. Del rostro, podemos obser-
var la sugerida comisura de los labios, la casi totalidad del ojo derecho, izquierda
nuestra, de mirada inclinada hacia abajo, la cara entera cubierta de blanco albayal-
de, primera de muchas de las capas de maquillaje para entrar en escena en una
función de circo.
La belleza de la composición nos sobrecoge; es el producto de una combina-
ción de luces y de sombras, efecto que produce el arreglo del negro (color conside-
rado como ausencia de color pero asociado con la elegancia, poder, formalidad,
muerte, y desesperanza) con el marrón dorado (que suscita esperanza, felicidad,
acción, movimiento). La línea recta del espejo más remarcada en dorado que la
curva ensombrecida del cuerpo de la mujer apenas visible, escasos tonos que real-
zan el blanqueado artificial de la cara, punto de enfoque o fulcrum de la cámara, las
capta en simultáneo nuestro sistema límbico, centro operativo que conecta y orga-
niza percepciones, da patrones de respuesta a eso visual somático travestido en
cuidadosa sensibilidad y emoción profunda.
El plano sobrecoge por su perfecta composición de múltiples marcos y ángulos
de visión, a ratos desarticulada y oblicua, a ratos clásicamente rectos, con
acercamientos y alejamientos de cámara –ahora enfocando interiores, ahora con la
cámara puesta fuera del recinto, movimientos no captados consciente y voluntaria-
mente por el espectader
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, sugiero yo. Con cortes intermitentes, veremos en planos
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[Nota del Comité Editorial]: se respeta el uso del lenguaje inclusivo elegido por la autora.
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intercalados subsiguientes el cambio paulatino de apariencia de mujer en payasa
mientras oímos, por su propia boca, el último fragmento de la historia de su hija:
Quería decirle que la estoy esperando. Quiero ver su sonrisa. Volver a escu-
char su voz. Que la espero con los brazos abiertos para seguir abrazándola. Y
donde quiera que se encuentre, que sepa que no vamos a parar hasta que ella
regrese
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.
Así, con contundente y absoluta voluntad estética, levemente reclinada en las
artes visuales, ya simbolistas a la Gustave Klimt que sugiere el escaso uso de dora-
dos, o de un cubismo temperado en el cruce de líneas rectas y curvas en contraste,
y aún en el blanco albayalde del teatro japonés, simples asociaciones, empieza
Tatiana Huezo a cerrar su magistral film sobre el secuestro de mujeres en México.
La meticulosa composición invoca un estado de reposo, al mismo tiempo que
encanta, diría yo, por su simpleza rebuscada, pero también porque anuda una de
las dos historias principales tratadas en el film. Sin embargo, lo inmaculado de la
composición que invita al reposo, el contraste entre el goce de la contemplación, la
armonía y tensión en los colores, la serenidad que provoca lo estético y lo que ya
sabemos de la historia de esa mujer-payasa, perturban –”la ausencia de un hijo
llega a enloquecerte tanto. Quieres saber que hay una pequeña luz por ahí. Va a
llegar. Ya te la van a traer. Siempre he añorado este momento que me digan estaba
en algún lado… No tengo miedo. Yo prefiero salir y buscar. La muerte no es algo
que ya me preocupe”. Ahí está el detalle. La combinación magistral de hondo
dolor y belleza que el film exalta nos lleva a considerar Tempestad un docufilm
extraordinario que se puede oír con los ojos y ver con los oídos.
Digamos que ese es el resultado de concentrarnos únicamente en la percep-
ción del color y la composición. Pero hay más: la disposición espacial misma y la
serie de cortes sucesivos que armonizan una combinación de planos, nos llevan de
la mano al circo y a la historia de la segunda mujer secuestrada que, como a la
primera, tampoco nunca vemos, narrada filmográficamente, es decir, narrada a
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Las citas corresponden a fragmentos de Tempestad de Tatiana Huezo.
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contrapelo de la imagen o sobre ella y protagonizada con absolutismo por voces
femeninas en testimonio –”me ha tomado mucho tiempo y a mi familia que se la
pudieran haber llevado para prostituirla… El solo pensarlo es algo muy, muy duro”.
A este plano con que abro, le siguen una serie de planos que juntos compon-
drían un largo plano secuencia alusivo al circo, de no ser interrumpido por imáge-
nes mudas o contrapunteadas por un violín, ciertamente no un estradivario sino
una caja de resonancia cualquiera, tocada sin maestría alguna a propósito, lo im-
perfecto estético a voluntad, junto a notas sueltas de un piano. La mirada cae sobre
niñes que se contorsionan con magisterio, estilo Cirque du Soleil, filmados en espa-
cios donde elles son el único referente, y en las que su cuidadoso movimiento imita
una cámara en ralentí. Les niñes tambn son tomades en negros y sepias y
localizades un tanto a la derecha o a la izquierda del plano, en concentración abso-
luta, listes igualmente para entrar en escena.
Lo propio sucede con dos mujeres que abundantemente maquilladas, bellísi-
mas, anuncian el espectáculo del circo y a quienes hemos visto trabajar con tesón
infinito, sudadas y descuidadas durante el levantamiento de la carpa y reír y llorar
junto a su tía, la madre payasa cuya hija, segunda historia narrada, fue secuestrada
como la primera, ambas nunca vistas –”todos estos momentos que vivo yo con
ustedes, me hacen muy bien porque cuando me voy y estoy solita… por eso me
gusta que todos estos momentos que vivo con ustedes, son especiales. Si yo todo
lo que ustedes siempre han querido a mi hija”. Las mujeres presentes también
están en su papel y listas para el escenario. Una toma de lejos en la oscuridad de
pronto ilumina la carpa del circo y de inmediato nos distendemos al entrar en la
función. La quieta contemplación, la serenidad con que hemos acompañado a las
actrices del circo, cede en un movimiento regresivo a la infancia junto, en nosotres
letrades, a la sombra cinematográfica de uno de los maestros del realismo italiano,
Federico Fellini, gran amante del circo. Sensación de torna vuelta entre sentires sin
mediación y la evocación del maestro.
El último plano de la película es un plano secuencia de tomas dentro del agua,
interrumpido y editado dos veces. El color de nuevo suscita sensaciones mixtas
ocasionadas por un agua verduzca, a veces verdinegra, un poco a medias sucia, al
menos en la percepción simbólica, con un grado de iluminación que se nos antoja
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de embudo, sembrado de estacas o palos secos, oscuros, que aparecen como pince-
ladas en negro dentro del verde y negro y claro de esas aguas, escuela pictórica
detrás sin duda, un poco se me antoja de nuevo estilo japonés, hasta llevarnos
lánguidamente al boquete mismo del embudo donde, visto desde abajo, en contra
picada, podemos percibir una enceguecedora refulgencia bordeada de negro; y,
tomado desde arriba, en picada, la silueta de una mujer que al acercar la cámara
distinguimos le falta una pierna, carencia que amarra la primera historia a la histo-
ria segunda del relato.
A estas alturas, ya lo sabemos todo. No hay nada más que oír: las imágenes
solo ilustran algunos de los espacios referidos en las dos historias abrazadas, mos-
tradas al final de manera contradictoria a como aparecen en el relato, manera que
desdice o lía espacios del horror a geografías estéticas esplendorosas. Y es este final
de enorme delicadeza e intención estética lo que deja arrobade al que le ve. Tempes-
tad es un docufilm extraordinario.
El film está narrativamente compuesto esencialmente de dos testimonios, el de
una mujer que fue secuestrada en Cancún, llevada a Matamoros, y luego puesta en
libertad; y el de una madre, la payasa del circo, que nos cuenta, en el contexto del
circo y su familia, el secuestro de su hija a quien nunca pudieron encontrar –”mi
hija tenía veinte años cuando se la llevaron. Era un martes.Las dos historias
aparecen como anverso y reverso de una misma experiencia. Huezo quiere borrar
la línea entre una y otra mujer para dotar la historia de universalidad, fundido de
vidas de tal manera que el percance de una parece el de la otra, eso que le puede
pasar un día cualquiera a cualquiera, de hecho, a cualquiera de esas que transitan
de un lugar a otro en la geografía mexicana, pasajeres colectives, serie de rostros
que abundan en el film y que siempre están en movimiento, ya en un autobús o en
una terminal de autobuses. Todes elles pueden ser esas mismas mujeres que fueron
secuestradas o las próximas a desaparecer.
En ese constante vaivén, todes estamos en peligro, en la ruta del peligro, en los
caminos del peligro. Esa es la intención, o así se lee, de mostrar tantos rostros de
jóvenes, hombres y mujeres, madres jóvenes con sus hijes, alguna que otra vieja,
algunos hombres, muches jóvenes, algunos ya sazones y pocos viejos. El México
lindo y querido sometido a un poder paralelo. La vida, un camino aciago cubierto
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de daños potenciales execrables en el que las víctimas del tráfico de personas son
mercancía en un consorcio rentable y provechoso entre la policía federal coludida
con el narcotráfico, y donde las instituciones, como la cárcel, son autogobernadas.
Historia de espanto, contada de manera lírica y con una estética cuidadosa en to-
das y cada una de las tomas.
Los medios de transporte, trenes, vías férreas, carreteras y autobuses constitu-
yen la metáfora del viaje del film, vehículo que nos lleva de una historia a otra y de
un estado a otro, hasta anudar las dos historias de las dos mujeres en una toma
secuencia de un cenote donde, ya vimos arriba, desde las profundidades tranquila-
mente turbias de un agua semi-oscura vamos sintiendo esa enorme y sórdida sole-
dad desesperanzadora. El lugar es lúgubre y solitario, las aguas estancadas sin sa-
lida, la cámara en mano va subiendo lentamente hacia la luz resplandeciente del
afuera. Luminosidad, temperancia, ritmo suave, historia de terror estructuran eso
visual que al ojo encanta y al oído perturba.
El título Tempestad (2016), no me parecía apropiado para ese docufilm. Me
parecía que se quedaba corto, que tal film merecía un título más fornido, más apro-
piado a esas dislocaciones que veía filmadas en pantalla, mundo todavía en cier-
nes, inchoate, como se dice tan extrañamente en inglés. Busqué la definición de
tempestad en el diccionario y la idea de desequilibrios térmicos en la atmósfera,
vientos arremetidos, nubes ominosas y violentas precipitaciones, bajo cielos en-
cendidos de relámpagos y estruendos de truenos, me dejó todavía insatisfecha puesto
que una tempestad viene y se va, tiene un período de maduración y se termina
mientras la historia que relata la película refiere a una estructura instalada, algo
que disloca el universo de manera permanente, un cambio de lugar que me parecía
mejor metáfora para el asunto del film, eso que trae consigo la idea del caos, lo
todavía informe e inacabado inchoate.
Al final de la película, el título le queda corto y muy corto, porque lo que
ocurre es una especie de oclusión, negrura sin fondo o claridad enceguecedora
ambas desasosegadoras. Tal cual leemos en ese juego de miradas en la que la que
mira y el que no mira establece en el film uno de esos momentos álgidos, momento
en que conocemos a un migrante como de 17 años, con las manos amarradas y la
mirada asustada y donde la primera mujer raptada lo ve viéndose a sí misma y le
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pregunta su nombre. Martín. En eso, alguien lo jala: el joven se hinca, le pegan con
una tabla, ella cierra los ojos y cuando los abre Martín está muerto –sangre en los
oídos, en la boca. Ella voltea a ver a ese
hombre que estaba ahí con la tabla… completamente eufórico, dando vueltas
de un lado a otro. Hubo un momento en que nos miramos. Yo lo miré directa-
mente a los ojos y no había nada en sus ojos. Entonces, en la oscuridad, pude
reconocer unos cuerpos ahí apilados. Todo se volvió sordo y sentí que algo se
había roto dentro de mí, como algo bueno.
De inmediato, en la confusión y pensando en el hombre que estaba ahí matan-
do a esa gente, ella comprende lo peor que le puede pasar y cómo: “Empecé a
pensar cosas raras. Cómo la solución era trabajar para ellos. Tenía que buscar la
forma de no estar de este lado.” Más adelante, ve de nuevo al hombre:
¡Rezaba y lloraba con una pasión! Cuando se paró, se fue a una banca y
agarra una niñita como de dos años y la cargó… Cuando lo vi cómo cargaba
a su hija, como repartía la comida con su familia, como cualquier padre del
mundo, pensaba mucho en cómo llegó a ese trabajo; qué proceso tuvo para
pasar para lograr poder matar tanta gente y continuar su vida. Yo quería que él
me viera a los ojos, que supiera que yo lo había visto. Pero no, nada de eso.
Formas que adquiere el trabajo laboral, el empleo en tiempos inchoate. Lilian
Paola Ovalle le pregunta a un narcotraficante: “¿Por qué no lo dejas? ¿Por qué no
buscas una nueva forma de ganarte la vida?” (2019: s/n) Porque el tráfico de perso-
nas es un trabajo lucrativo, muy rentable, una forma de ganarse la vida como otras.
Sea.
El film abre con dos minutos y medio de pantalla en negro y una voz de mujer
tranquila y precisa, de cierta educación formal manifiesta en su vocabulario, que
empieza a contarnos un incidente que le ocurrió: “Estaban todas las mujeres dor-
midas”. Oigo la voz baja y amurmullada, los ladridos de perros a lo lejos, pero no
veo nada. Me cautiva de inmediato el suspenso y la intriga: “de pronto escuché un
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grito que decía mi nombre. Pensé que venían por para llevarme al pozo del
castigo”. Mientras la oigo a ella creo también percibir ruidos de puertas de metal
que se abren y se cierran y de repente el título del docufilm o documental, Tempes-
tad que para un estudiante de letras evoca de inmediato a Shakespeare. Nada que
ver.
El relato no ofrece ninguna información extraña. Todo lo conocemos o de
todo hemos oído hablar pero la conmoción, el estremecimiento, viene del minu-
cioso desglosamiento, paso a paso, de eso inaugurador o naciente, de eso recién
empollado o embriónico cuya explicación se encuentra en otro texto, un texto del
National Intelligence Council y del Office of the Director of National Intelligence
de Estados Unidos titulado Global Trends 2025. A Transformed World (2008) que nos
aleja de toda la poesía del film para dejarnos frente al dato duro de una predicción
que ya se cumple en el film, esto es, la posibilidad de un mundo global, multipolar,
donde los estados nacionales no existan y donde el poder relativo de varios agentes
no estatales, negocios, tribus, organizaciones religiosas y redes criminales aumen-
ten su fuerza si no es que gobiernen. El film es de 2016; el texto del 2008 y la
predicción para el 2025, de aquí a cinco años. No obstante, la tendencia está ya
germinando, en embrión, y la prueba, o el laboratorio experimental, es justo el
espacio donde esta mujer relata su experiencia y a la que nunca veremos. Ella vivió
en esa prisión durante seis meses, de mayo a agosto del año 2010.
“Que me levantara; que tenía que ir a la rejilla…. Era un pasillo larguísimo”,
los ruidos de metal de rejas y puertas carcelarias acompañan el relato y luego, las
imágenes de un mundo que fue y del que solo nos muestra Huezo una sucesión de
ventanas o boquetes a semejanza de ventanas abiertas en paredes descascaradas y
dilapidadas, de casas deshechas, descuidadas desde hace tiempo, a través de las
cuales se aprecia una naturaleza delicada de árboles gráciles y como en primavera:
“y llegó un hombre y me dijo: ¿usted es Miriam Carvajal Yesca? Sí. Le voy a leer
esto”. Más ventanas abiertas que se abren a más lugares en desastre “siendo el día
31 de Agosto de 2010, por falta de elementos, Miriam Carvajal, queda en absoluta
libertad… No hay palabras para decir la emoción que se siente cuando te dicen que
estás libre”. La voz que relata no tiene cuerpo; tiene sólo sentimientos, notorios en
las pausas, los espacios de silencio, la frase a media asta, y el falsete en la voz para
indicar una recompostura o reacomodo del alma. Estamos en Matamoros,
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Tamaulipas, México: “La ciudad estaba como en guerra y había enfrentamientos
todos los días entre los Z y el Cartel del Golfo y la policía y bueno… Habían
encontrado 72 migrantes en una fosa en San Fernando”. Los pozoleros, pensé, del
que habla el trabajo de Lillian Paola Ovalle, Memoria prematura. Recuerdo y repara-
ción en contextos de violencia social (2019). Así va uno hilvanando recuerdos y biblio-
grafías a medida que transcurre el relato. “Recuerdo que llegué a la estación de
autobuses y entré al baño. Era la primera vez que me veía al espejo en muchíííísimo
tiempo y no me reconocí; no reconocí a la mujer que estaba enfrente de mí”.
Así entramos en la historia de esa otra historia, de esa historia prefigurada en
un documento oficial en 2008 pero vigente con fuerza en el relato fílmico de esta
mujer que nunca conoceremos, de la cual nunca veremos el rostro pero si la vere-
mos a través de otros rostros, esos de todas las posibles víctimas, poblaciones flo-
tantes de migrancias desnacionalizadas de estas nuevas formas de gobernancias
que ya no me atrevo a llamar criminales porque están soldadas a y armonizadas
con las instancias legales estatales, tal la policía que colabora o trabaja en estrecho
con ellas. Decir que esta es la otra forma que adquiere el estado nacional en tiem-
pos del multilateralismo global sería un insulto a las ciencias sociales que de seguro
se empeñan en mantener las categorías duras vigentes. La poesía no.
La poesía toma un rumbo indirecto. La miramos a ella en los rostros mestizos
de niños y viejos, hombres y mujeres que viajan en los autobuses, que vemos en las
terminales de los mismos. La cámara los adora: rostros de imperturbable mirar de
lejanía, niños que ven a través de una ventana sin mostrarnos sus indiferentes y
absortos rostros, y el viento soplando las cortinas de autobús como el de la palmas,
arbustos y capas de plástico con las que se cubren sus cuerpos los jóvenes que
transitan indefensos los caminos, viento sobre el pavimento o sobre los rieles, una
joven de rasgos indígenas, renegrida por el sol, piel de sol curtida, ropas de pobre,
cierta quietud e indiferencia, los asientos vacíos, una niña con la mano en la boca
chupándose los dedos a media luz, una mujer madona con su niñe en las rodillas y
sus hermosos y abultados senos amamantadores al estilo madona renacentista
dormita descuidada, la pupila de todos perdida en esas planicies a cielo abierto, esa
naturaleza de campos cultivados o vírgenes que contemplamos con ellos desde la
ventana del autobús que supuestamente la lleva a ella, a Miriam Carvajal Yesca,
nombre probablemente ficticio para esconder la verdadera identidad de este ser
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marcado a trauma indeleble por esas nuevas formas embriónicas de gobernancias;
cantidades de gentes que transitan en esos buses de provincia a provincia y de
extremo a extremo de México, rostros que vemos nosotres mientras no podremos
ver el de ella como ella misma: “no podía mirar a los ojos a la gente porque sentía
que todos sabían que había estado es la cárcel”.
Miradas perdidas, miradas vacías, pausas, espacios silenciosos en contempla-
ción interna, en reflexión, mientras miran con los ojos bien abiertos no el paisaje
sino dentro de sí mismes, ella, el contraste con la cárcel del relato, paisajes, venta-
nas, autobuses, movimiento mientras la mujer relata su salida de ese espacio funes-
to: “empecé a tratar de que mi cabeza entendiera que estaba fuera”. En esos auto-
buses las madres cargan a sus hijos de todas las edades, etnias, estados de ánimo.
“Voy a empezar de ahí de donde me quedé como si estuviera haciendo una pausa,
un sueño”, mientras vamos viendo en el transcurso del viaje la enorme cantidad de
policías que patrullan todos los caminos e interfieren todas las encrucijadas inte-
rrogando a cualquiera. Vivimos la zozobra, el temor al interrogatorio cuando pa-
ran el autobús: “dónde vive”, “dónde va”, “dónde trabaja”, “porqué tiene otra
dirección”, hombres y mujeres frágiles, temeroses de cualquiera eventualidad, ca-
pricho, mal humor o deseo de mostrar poder a medida que suenan los acordes de
un violín, las notas sueltas de un piano, o la vista de una carretera bañada por la
lluvia. Dos mil kilómetros de regreso hacia donde vive la del relato, Miriam, la otra
no regresará, hileras de camiones cargados de combustible, pozos petroleros en el
lente del film,
me detuvieron el dos de Marzo del 2010… Yo trabajaba en el aeropuerto de
Cancún, en el área de migración…cuando un señor vestido normalmente se
acercó a mi filtro migratorio y me dijo, ‘necesito que vayas a la oficina ahora
mismo… Cuando llegué a la oficina estaban la mayoría de mis compañeros
ahí y nos dijeron que nos requerían en la ciudad de México en ese mismo
momento. Les pregunté si íbamos a tardar mucho… Cuando el avión aterrizó
en ciudad México, me di cuenta que habían como 20 patrullas rodeando el
avión. Nos llevaron directamente a las oficinas de la AFI… y un señor, minis-
terio público, nos dijo que estábamos ahí por el delito de delincuencia organi-
zada y tráfico de personas.
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Realmente no nos esperábamos esta sorpresa porque son trabajadores del esta-
do a los que el estado captura y porque por el vocabulario y la soltura en el cuento,
esta mujer tendría algún nivel de educación formal y gozaba de un salario, lo que
pone a su familia quizás en posición de pagar el rescate mientras ella permanece en
la cárcel seis meses, de principios de mayo, fines de agosto sin que medie ninguna
retribución de ningún tipo.
La historia hecha de fragmentos nos muestra no solo caminos transitados sino
ciudades, edificios, hoteles, pasillos, todos sin nombre, estructuras de retención y
tráfico de personas inventadas por el mismo estado en colaboración con las estruc-
turas narco-cogobernantes. “Nos llevaron a un lugar que se llama El Arraigo,
porque según cuenta la policía “agarramos a una banda de traficantes de personas,
algo así,” y el abogado de oficio que le asignan le aclara que “el Tribunal Nacional
de Migración metió una querella en tu contra… Mira, yo que lo tuyo tiene línea,
es una situación política que tiene que dar resultados por un tráfico de personas
que existe… Aquí les llaman pagadores. Es gente que paga delitos por otros”. ¿Pa-
gar por otros?
A los edificios, pasillos, azoteas ahora se unen planos plagados de personas,
tomas en los baños atiborrados de gente, con mujeres que les lavan la cara y las
manos a sus hijes. Notamos la cantidad de mujeres solas, de cuán jóvenes son y
cuán vulnerables, niñas cuidando niñas, igual con los muchachitos jóvenes y todas
sus pertenencias, valijas, cajas amarradas con mecate:
cuando cumplí los 80 días en El Arriago, nos leyeron un papel que decía,
fulana de tal, va a ser trasladas al penal de Matamoros… Cuando llegamos al
penal… nos preguntaron mi nombre, mi edad, la custodia que me recibió me
dijo que me portara bien y que hiciera todo lo que ellos me dijeran… Este es
territorio del Cartel. Están en una prisión que tiene autogobierno y aquí man-
damos nosotros… La estancia aquí no iba a ser gratis y que la tarifa para que
respetaran nuestras vidas era de cinco mil dólares.
Todo lo que preguntan, lo saben, “después llegó alguien más con una hoja
donde venía el nombre de toda mi familia, incluyendo mi hijo. Lo que me hace
pensar que ellos tenían informes directos de la policía”. Estos son los pagadores:
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alguien cometió un delito y alguien tiene que pagar por él, así se coluden crimen y
castigo, empresa, inversión, manejo de gente y gobierno, estado de derecho.
La historia de la segunda mujer raptada la sabemos por su madre. Ella es la
que nos cuenta cómo desapareció y quien la entregó y cómo después entró a jugar
con la familia la judicial. O sea, esta es la historia del otro lado del secuestro, la
historia de la familia que le espera:
mi hija tenía veinte años cuando se la llevaron. Era un martes… Mi esposo
dice que ella salió aproximadamente a las diez de la mañana… Ya en la tarde,
nos llama por teléfono una de sus compañeras… Y le dice a mi otra hija que
Mónica no ha llegado… Y eran aproximadamente las cuatro de la tarde… Mi
esposo salió a buscarla… La familia entera se movilizó… Su compañero, Je-
sús Martín Contreras, compañero de toda la carrera, estaba muy pendiente…
Sabemos que fue Jesús quien la entregó… y sabemos que se la llevaron hijos
de judiciales AFI, policía judicial, policía federal, cada tanto les cambian el
nombre, pero son los mismos.
Hay un momento en el que cuatro mujeres se sientan a conversar, escena deli-
ciosa de familiaridad y armonía. Son las mujeres del circo en su vida diaria que
bromean por tonteras y se ríen a más no poder, con un contento que alcanza un
impasse cuando la tía les dice: “todos estos momentos que vivo yo con ustedes, me
hacen muy bien porque cuando me voy y estoy solita”, las otra mujeres intervienen
y añaden al monólogo sus suposiciones, “se empieza a reír sola”, dice una; “no,
cambia, no tiene con quien reírse”, dice otra. “Me gusta que estés contenta.
sabes que te apoyamos mucho… Somos tu familia, tía”, dice una tercera y en ese
mismo instante lo que era risa y chacota se vuelve llanto y abrazos, “yo lo sé, hija,
por eso me gusta que todos estos momentos que vivo con ustedes, son especiales.
Si yo sé todo lo que ustedes siempre han querido a mi hija. Pero no vamos a estar
tristes. Nos vamos a seguir riendo” y todas retoman instantáneamente la risa de
nuevo.
La magia a mi ver consiste en cómo pasan de un sentimiento al otro con com-
pleta naturalidad. Esa es la familia y esa la expresión de vida y de duelo. Ensegui-
da, tenemos un plano con una niña, como de cuatro os, sola en medio de la
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carpa del circo: “han pasado ya varios años de buscar a mi hija. La lucha ha sido
muy fuerte, muy dolorosa. Ya son diez años. Las autoridades nos han extorsionado,
nos han mentido a lo largo de este tiempo. Con toda la información que nosotres
hemos recopilado, todo nos da la pauta para pensar que ella está en un red de trata
de personas”.
En un plano trabajado con meticuloso afán estético, vemos en el marco de un
espejo la mitad de un rostro de mujer, la cara blanca cubierta de albayalde, maqui-
llándose para entrar en escena como payasa de un circo.
Adenda
Cuando yo tenía cinco años, salimos mi madre, una hermana de ella, tía mía,
y yo, a escondidas huyendo de mi padre que era alcohólico y en busca de mejores
horizontes hacia México donde vivían dos de mis tíos. Viajamos seguramente en
un barquito miserable supongo del puerto de Corinto a El Salvador. Íbamos las tres
solas y yo compartía la atmósfera de miedo que sentían esas dos mujeres. El miedo
es algo húmedo, gris, pegajoso. El miedo es una atmósfera. Yo era demasiado pe-
queña para comprender lo que sucedía pero lo suficientemente viva como para oler
el temor en mis mayores. Teníamos miedo a la policía, como los migrantes del film
a esas patrullas que vemos en las carreteras, pero las que temían mi madre y mi tía
eran en primera instancias las de migración. Ignoro si teníamos papeles o íbamos
de mojadas. Nunca lo averigüé. El primer encuentro era en las garitas de entrada y
no si pasamos por ellas o las evadimos. Más tarde, recuerdo que mi madre tenía
miedo a lo que en México se llama gobernación, o peor, la judicial, policía que
rastreaba indocumentados, maleantes y criminales, policía corrupta muy temida.
Cuando hablaba de ella, se le asustaba la voz. En Estados Unidos se le llama La
Migra. Al ver a eses niñes que viajan con sus madres en esos autobuses que reco-
rren los caminos de México en el film, recordé ese viaje probablemente clandestino
que hice, como ellos, cuando niña, atravesando tres fronteras las de El Salvador,
Guatemala y México, que me dejaron por siempre esa sensación de aprehensión e
incertidumbre que siento todavía a los 80 años, a 75 del evento, hoy, perfectamente
legal y con pasaporte imperial, al aproximarme a una garita de migración sin que
nadie, solo yo, entienda porqué.
Telar
24 (enero-junio/2020) ISSN 1668-3633
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Dislocaciones. Tempestad de Tatiana Huezo: 41-54
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Ileana Rodríguez
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